Por: Enrique Dámaso Rodríguez Betancourt
Trabajador de la imprenta “El Heraldo de Morón” a principios de siglo, en el municipio que lleva ese nombre, Argelio Rodríguez Acosta asumía la responsabilidad de cajero linotipista, una actividad compleja. En ese lugar además de labores rutinarias de imprenta, se editaba el periódico “Renovación” un semanario local propiedad de su hermano Silvio.
Mi tío vivía en una humilde vivienda en la calle Libertad y la compartía con su hermana Elia y su madre Caridad, una anciana de 98 años de edad quien fuera maestra de una escuela primaria en sus tiempos de juventud.
Por situaciones de la vida, Argelio nunca formó una familia y de cierta manera se apartó de la sociedad. Con la muerte de su madre y hermana, asumió un periodo de enfermedad sicológica que años más tarde supera, luego de un tratamiento médico y continua con una vida de ermitaño en la casa en que nació.
La vida iba desandando por mi pariente, los años pasaron raudos y mi tío se convirtió en un nonagenario agradecido de los favores de los vecinos y de la atención que podíamos ofrecerle mi hermano y yo.
Con más de 9 lustros y medio, Argelio acompañado por la soledad, transita por el camino de la vida con una ceguera permanente y una semi postración, secuelas del paso de los años que no perdonan y que la Revolución Cubana no olvidó.
Mi tio Argelio Rodríguez Acosta no fue abandonado a su suerte, pues la Revolución le otorgó una humilde pensión, que según él reconocía como un salario poderoso, así era mi tío Argelio, Humilde, agradecido, lucido y sobre todas las cosas respetuoso y sencillo en su pensar y accionar.
Justo al cumplir los 96 años de edad abandonó este mundo en una fría mañana de Diciembre, no hubo despedidas, momentos antes de partir solo me preguntó si le había dado de comer a su gato, el que lo acompañó por algún tiempo en su morada, así en silencio mi tío Argelio Rodríguez Acosta partió hacia la eternidad.
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