por: Elson Concepción Pérez
Es difícil de explicar y más difícil aún de convencer con argumentos banales, el tema de la presencia de millones de armas de fuego en manos de la población estadounidense; y el balance luctuoso que se hace cada año de las víctimas que provocan.
¿Cómo entender que el país más desarrollado del planeta y que dice ser el más democrático, no pueda institucionalmente poner freno a esa especie de convivencia con la muerte, que, como promedio, cada año suma unas 30 000 víctimas?
Sin embargo —y es más inexplicable todavía— hay un elemento decisorio en que las armas sigan proliferando y que ninguna administración pueda lograr frenar su tenencia. Se trata del poder de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), uno de los más poderosos grupos de presión de Estados Unidos, que aporta cifras multimillonarias a sectores políticos que aspiran a puestos en el Congreso y hasta en la propia administración del país.
Ha sido esta, por décadas, la agrupación que ha logrado, vía un intenso lobby, frenar iniciativas en el Congreso orientadas a un mayor control de las armas de fuego. La misma recibe una gran parte de su fortuna de las compañías fabricantes de armas, integrantes del Complejo Militar Industrial; el mismo que vive de las guerras y las ventas de equipos bélicos a países en todo el planeta.
El presidente Barack Obama, en su reciente octavo y último discurso ante la Unión, se refirió a tan sensible tema. Llamó a “proteger a nuestros hijos de la violencia con armas de fuego” y a “rechazar cualquier política que ataque a las personas por motivos de raza o religión”.
Pero el tema parece traspasar las buenas intenciones del mandatario e, incluso, el luto de miles de familias norteamericanas que han perdido algún hijo, padre, hermano o compañero.
Lo inamovible de considerar democrático la libertad para que se compren armas, es una forma, a conveniencia, de interpretar la Segunda Enmienda de la Constitución.
Se trata para muchos de una sociedad enferma, donde se dan la mano la prepotencia y el miedo inventado para justificar la “seguridad nacional”, armando a todo el que quiera.
De otra forma sería imposible entender cómo, desde aquella masacre en una escuela primaria de Connecticut, en el 2012, en la que un joven mató a 20 niños y seis adultos, hasta el día de hoy, ninguna medida coercitiva encaminada al control de armas en poder de la población, haya sido aprobada por el
Congreso de ese país. Mientras, decenas de miles de ciudadanos —niños, mujeres, ancianos en su mayoría— han muerto por acciones que involucran las armas de fuego.
El portal digital Mass Shooting Tracker señala que hasta finales de octubre del pasado año 2015, se habían contabilizado al menos 312 tiroteos masivos en Estados Unidos.
Aclara que estas cifras solo reflejan aquellos incidentes considerados “masivos”. La violencia de armas de fuego en el país en general es aún más grande y punzante, apostilla.
Por su parte, el portal Gun Violence Archive calcula que en el 2015 se habían registrado 43 448 incidentes violentos con armas de fuego en el país (homicidios, ataques, suicidios, accidentes), en los que perecieron 10 949 personas y 22 257 resultaron heridas.
Lo más alarmante es que de ese total, 2 770 menores de edad han resultado muertos o heridos. De esos hechos, 23 han tenido lugar en centros universitarios y 52 en instituciones educativas en general, de acuerdo con un artículo publicado en la revista Time.
La agencia AP, por su parte, refiere que parte del problema de la violencia de armas de fuego en el país tiene que ver con la relativa facilidad para poseerlas y portarlas de modo legal, posibilidades que se fundamentan en el texto de la Segunda Enmienda Constitucional.
Concluye la citada agencia de prensa que existe una cultura de las armas profundamente enraizada en los estadounidenses, y ello ha propiciado una proliferación de armamento entre civiles y regulaciones mucho menores a las que existen en cualquier otro país desarrollado.
Obama ha asegurado que “cuando los políticos insultan a los musulmanes, cuando se vandaliza una mezquita, o cuando se acosa a un niño, eso no nos hace más seguros”.
“Sencillamente está mal. Nos debilita ante el resto del mundo. Hace que nuestros objetivos sean más difíciles de alcanzar. Y traiciona a quiénes somos como país”.
El asunto es de armas tomar, por su complicación propia y por tener Obama un Congreso de mayoría republicana muy interesado en que no avancen iniciativas como la de un mayor control de armas, pues ello implicaría enfrentar a un sector quizá más poderoso que el de los propios congresistas.
Por demás, los propios republicanos se muestran muy hostiles ante cualquier programa que presente el actual mandatario demócrata, en este, su último
año en la silla de la Casa Blanca.
En el futuro habrá que ver entonces ¿quién le pone el cascabel al gatillo?
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