Mis
vivencias en Etiopia
Por
Enrique Dámaso Rodríguez Betancourt
/1La misión
Corría
el año 1988, yo con 48 años de edad, la Dirección del Instituto de Medicina
Veterinaria de Cuba me propuso cumplir una misión civil en la entonces
República Democrática de Etiopia, debía dirigir los servicios de salud animal por
la parte cubana por un periodo de dos años. Cubatécnica, organismo que tutoraba
dicha colaboración, en aquel entonces, asumía la responsabilidad de la parte
metodológica y científico- técnica.
No
niego que, al comunicárseme, en un principio sufrí un sobresalto, pues conocía de la precaria
situación zoosanitaria de ese país africano del que había escuchado y leído
mucho sobre epidemiología de la región subsahariana y de su geografía, amén de
la existencia de animales peligrosos para el hombre.
Desde
mucho antes había pedido que no me negaran el derecho a cumplir tan honrosa
tarea, a partir de ese momento, la suerte estuvo echada, presenté mis
credenciales ante la Dirección Provincial de Medicina Veterinaria en Ciego de
Ávila, listo para partir en las próximas
horas.
Luego
de realizar los trámites correspondientes en el desempeño de las funciones que
llevaría a cabo, partí hacia La Habana, la capital cubana, donde recibiría las
orientaciones precisas de un funcionario de los servicios veterinarios para
aplicarlas en África.
Formaba
parte también de la delegación un grupo de expertos del sistema sanitario en
Cuba. En pocos días partiríamos con el fin de cumplir un grupo de
actividades relacionadas con la
especialidad de salud animal en esa parte del mundo.
Tales acciones
cumplimentaban un acuerdo conjunto suscripto mediante un intercambio económico entre
los dos países con el objetivo de mejorar las condiciones sanitarias de los
animales tanto estatales como privados. El organismo encargado de
ejecutarlo sería Cubatécnica, responsable
en la Mayor de las Antillas de apoyar, orientar
y controlar los proyectos agropecuarios a terceros países.
En la
etapa en que me preparaba para la misión, especialistas del Ministerio de
Relaciones Exteriores del Gobierno revolucionario Cubano nos explicaron las
características geográficas, económicas
y culturales de esa región africana, como una forma especializada de enfrentar la futura tarea.
La
antigua Abisinia, famosa hasta en las Sagradas Escrituras por ser la patria de
la legendaria reina de Saba, tan grata al judío rey Salomón, se encuentra
situado en el noreste del continente africano. El otrora reino legendario del
Preste Juan tiene por capital a la hermosa ciudad de Addis Abeba, la cual
contaba por aquel tiempo, según censo de población realizado, con 1 673100
habitantes.
El
vasto país posee una superficie terrestre de 1 221,900 kilómetros cuadrados, la
moneda oficial es el Birr y el idioma estatal es el amárico. Etiopía es un país
sin costas (la última que tuvo frente al mar Rojo la perdió al independizarse
Eritrea), montañoso con alturas de más de cuatro mil metros y aislado de las
regiones vecinas por su relieve. Limita al norte con Sudán, al este con
Eritrea, Djibutí y Somalia (en el llamado cuerno africano), al sur también con
esa antigua colonia italiana, y al oeste con Chad.
Los etíopes
pertenecen a más de noventa etnias, de las que sólo siete superan el millón de
personas. Los oromos son un tercio de la población, los asmara aproximadamente
un cuarto, los tigrinyas un décimo y les siguen otras etnias diseminadas por
todo el territorio etiope. La iglesia ortodoxa es mayoritaria, en especial
entre los asmaras y tigrinyas. Los somalìes,
afars y aderis son musulmanes. También se practican religiones tradicionales
africanas.
La
topografía de Etiopia varía desde la depresión de Danakil al este, hasta las
elevadas regiones montañosas del oeste, donde sobresales el Rasdasham con 4 600
metros sobre el nivel del mar (uno de los picos mas altos de África). Al sur,
entre los ríos Ganale y Shebele, está el macizo de Bale, que se prolonga hasta
la región oriental del OGADEN.
La fosa
central esta representada por el valle de Rift que atraviesa el territorio de
nordeste a sudeste. En el centro del país hay una alta meseta donde se asienta
la mayor parte de la población. Además de los ríos mencionados anteriormente
Etiopía cuenta con el Nilo Azul, cuya fuente está en el lago Tana, el mayor del
país: tuve el honor de conocer y
disfrutar de ambos lugares, de sus bellezas y misterios.
En ese
lago, de origen volcánico, existe un
centro de recreación que, como todos los de su tipo, ofrecen bebidas
alcohólicas y golosinas. En ese sitio de una manera muy tonta, discutí con un
nativo, con quien perdí una caja de cerveza en una apuesta.
Hijo de
una isla caribeña que no sabe de volcanes ni de fenómenos semejantes, yo
ignoraba las características de las piedras volcánicas. Estas rocas, aunque
tienen un peso normal, por dentro son huecas, a causa de la erosión de la lava.
Quise hacerme el sabichoso y ante la
mirada socarrona del etiope, perdí y malgasté
mi dinero.
Conservo
gratos recuerdos de la temperatura promedio en Addis Abeba. Durante todo el año
no sobrepasaba los DIEZ grados centígrados, pero la humedad relativa alcanzaba
apenas un treinta por ciento, lo cual favoreció que mi asma bronquial no
apareciera nunca durante mi misión norteafricana.
2 El viaje
Una
oscura noche de verano de la década del 80 mis pasos se estrenaron en el
aeropuerto internacional José Martí, de la capital cubana. El grupo lo
integrábamos médicos veterinarios, Ingenieros pecuarios y otros especialistas
de Medicina Veterinaria.
En
espera de que nos llamaran para los trámites de Aduana y Emigración, nos
dirigimos al segundo piso de la Terminal aérea. En ese lugar hay un bar
cafetería donde intentamos calmar los
nervios con cerveza Hatuey del país, en tanto con el rabillo del ojo
intentábamos precisar cuál era la aeronave que nos tocaría en suerte.
Los
trámites no fueron todo lo engorroso que supuse al inicio, y pronto pasamos al
salón de espera. Allí fuimos informados que volaríamos durante veintitrés horas a cinco mil pies de
altura, hasta que divisáramos la gran meseta semidesértica africana.
El
llamado para abordar el pájaro de acero lo recibimos por el audio local, pero
no acudimos, no sé por qué, hasta el tercer aviso. Apenas traspasada la puerta
de cristal, a lo lejos observé el vistoso avión Boeing 727 de la aerolínea
española Iberia.
Al
verlo no pude evitar que a mi mente acudieran imágenes catastróficas de aviones
destrozados en tierra, como los había visto en la televisión durante años. Y
ahora yo tenía delante de mi uno de ellos y subiría adentro durante casi un día
entero.
La
autodisciplina, la suficiente convicción y la ayuda de mis compañeros de viaje,
favorecieron que abordara el avión sin mirar atrás ni a los lados. Desde luego,
la levadura de la cerveza ingerida contribuyó a que perdiera el terrible miedo a
remontar las alturas.
Como es
de rigor, las aeromozas nos ubicaron en los cómodos asientos, contaron los
pasajeros con un aparatico que llevaban en sus manos. Una y otra vez, se
encendieron los letreros lumínicos que indicaban NO FUMAR en tres idiomas. Se
nos orientó que ajustáramos el cinturón de seguridad e imperceptiblemente el
inmenso aparato, se dirigió a un extremo de la pista, un largo trayecto que
para mi pareció interminable.
El
capitán impartió las últimas órdenes a la tripulación y de inmediato, el
copiloto encendió las restantes turbinas y se escuchó un ruido ensordecedor.
Aseguran quienes conocen la rutina de vuelo, que este es un momento muy
peligroso, pues de no alcanzar la nave la potencia necesaria, no logra altura y
ese seria el fin.
Por
esos días, a un avión de la compañía nacional cubana le ocurrió algo similar y todos sus pasajeros perecieron
en el siniestro. Esa información rondaba
en mi cabeza y el estómago me dio un vuelco. El sofisticado pajarraco emprendió
la veloz carrera hacia el este, hacia lo desconocido.
Aseguro
que, de todos los pensamientos que afloraron a mi mente, ninguno era positivo. Después de unos largos
minutos, el Boeing 727 del vuelo 864 de la aerolínea Iberia levantó su tren de
aterrizaje y comenzó a buscar altitud hasta encontrar los necesarios cinco mil pies
de altura, donde se mantendría estable y silencioso durante la travesía hasta
Frankfurt del Meno, en la antigua república Federal de Alemania, lugar de la
primera escala técnica.
A poco
el personal del reactor repartió los consabidos alimentos para cada pasajero y una
luz de confianza afloró a mis ojos. Pudiera parecer pueril, pero poco después
disfruté de un placer que no todos pueden darse: minutos después dejé mi
asiento y realicé mi primera micción a gran altura.
La
delegación nuestra estaba ubicada en lo conocido en lenguaje de aviación como clase
económica, encima de las alas del aparato. Allí se siente como si ellas se
fueran a partir con el roce del viento.
Conocí
mi compañero de viaje en el bar de la Terminal de Rancho Boyeros cuando
compartimos cervezas, era éste un medico veterinario espirituano, con quien
tuve la suerte de trabajar en Etiopia durante un tiempo.
Como
cubanos al fin, íbamos preparados para la contingencia de los nervios: casi
todos llevábamos en nuestro equipaje de mano la inseparable botella de ron, gracias
a ella nos comunicamos entre todos, depositamos mayor confianza en la tripulación
y sentimos el sistema nervioso central más apacible, al cabo de muchos años,
quien me diría, que me convertiría en un profesional Amigo de la Sociedad de
Alcohólicos Anónimos e impartiría conferencia sobre el tema del alcoholismo en
centros de estudios, laborales y medios de prensa de la provincia de Ciego de
Ávila .
La
aeromoza española que nos atendía reconoció en aquel grupo internacional a sus
coterráneos de raza latina y tal vez por eso se esmeró en la solicitud hacia
nosotros, acción que, vista con el prisma del tiempo, la considero especializada.
Por lo menos no faltaron sonrisas, palabras de aliento y, por supuesto, ni bebida
ni comida.
En mi ignorancia
de las cuestiones de uso horario y otras contingencias geográficas, no fue
hasta después cuando supe que nos desplazábamos en contra del tiempo y, por tal
motivo, por algo que nunca entenderé, se sirven los alimentos teniendo en
cuenta la hora en tierra y cada dos o tres horas nuestro aparato digestivo se
colmaba de esos nada despreciables productos.
Por
supuesto, esos alimentos estaban bien preparados y con una práctica e higiénica
presentación. Quienes viajan con regularidad saben que te entregan todo envuelto
en nylon, lo que incluye los cubiertos.
Aproximadamente
dieciséis horas fueron suficientes para que el “tubo aéreo” de aluminio
arribara al germano aeropuerto de Frankfurt del Meno, una enorme terminal con
sus veinticinco puertas de salida a la losa donde descansan las aeronaves. Como
dato curioso, en aquel tiempo cada veinticinco segundos despegaba un avión y
cada cuarenta aterrizaba otro. En nuestro pequeño país tropical y
subdesarrollado no estábamos acostumbrados a ver nada semejante, y ese tráfico
tan inmenso nos deslumbró.
Recibimos
la orientación de andar en grupos, pues en nuestra condición de cubanos,
estábamos expuestos a varios peligros, incluyendo ser encerrados en los baños,
para no tener otro remedio que pedir asilo político. De ese modo debíamos —esa
precaución es válida todavía—, transitar los cubanos por el mundo, gracias al
férreo bloqueo a que nos somete Estados Unidos.
Permanecimos
en el aeropuerto de Frankfurt por espacio de cuatro horas porque el avión
realizaba una escala técnica, situación propicia para visitar el local. A
cualquier cubano de entonces echar una ojeada a la instalación debía impresionar,
en un tiempo en que carecíamos de tantas cosas.
Ahora
lo veo como algo muy natural, pero el guajirito de Morón que era yo en esos
años 80 no imaginaba que pudiera haber allí tiendas especializadas en todo tipo
de insumos, librerías, cafeterías, áreas de juegos y entretenimientos,
escaleras eléctricas a nivel del piso
para que uno llevara el equipaje más cómodo.
De
igual modo que en La Habana, se escuchó en tres idiomas la solicitud a los
pasajeros para el vuelo de la línea aérea etiope (Ethiopian Airlines) en otro flamante
Boeing 767 en el cual continuaríamos viaje para el destino final.
Con la
cultura adquirida del primer intento de remontar las alturas en Rancho Boyeros,
este segundo momento estratosférico confieso que lo disfruté.
El ambiente
dentro de la nueva nave comenzó a parecerse al África que pronto conoceríamos. Las
aeromozas vestían el traje típico de Etiopia, consistente en un vestido blanco
largo de hilo con una tela de un color oscuro en los extremos de la pieza y
otra que utilizaban para envolver la cabeza y el rostro en ocasiones.
Esta
pieza supe que era conocida como gabi: además
de imprimirle a las mujeres un sello de distinción, las hacía más bellas, al
menos saco la cuenta por las que veía delante de mí. Por lecturas anteriores
sabía de la belleza de la mujer abisinia, pero de todos modos me sorprendió la
realidad. Nos atendían con mucho cariño al conocer que éramos cubanos.
El
nuevo aeroplano podía considerarse más cómodo y confortable que el anterior. Al
menos éste disponía de pantalla cinematográfica y en cada asiento, orejeras de
audio con seis canales de radio, de acuerdo con el país sobre el que
cruzábamos: Alemania, Suiza, Italia, Túnez, y Egipto.
3/ la
llegada
EL
cielo nublado y de pronto comenzó a despejarse, eso pude observar por la
abertura oval que tenía a mi lado en el BOEING 767, que ya se anunciaba en su audio local y exhibía en sus letreros ,
lumínicos, el característico NO FUMAR y AJUSTENSE LOS CINTURONES, que advertía
de la llegada al destino final, y sentí de las entrañas del monstruo de acero
un ruido mecánico en el que las CATORCE gomas del tren de aterrizaje estaban
listas para dejar impresa algunos kilogramos de caucho al contactar con el
pavimento de la losa aérea.
Comienzan
los trámites de emigración, luego de un largo tiempo al fin entramos en la
República de Etiopía. Dos funcionarios de la Embajada de Cuba nos recibieron,
uno de ellos ere el jefe del Contingente de la Agricultura, el mismo que
posteriormente, además de ser mi jefe sería mi amigo.
Cuando
me lo presentaron lo observé, aparentaba una persona mayor de edad, daba la
impresión de ser de la región oriental de Cuba, de tez negra, sentí confianza
en él, me pareció noble y Horacio, que así lo llamaban con el tiempo se
convirtió en mi confidente.
Rodríguez
Ortiz, que así se apellidaba, cumplía la misión civil en Etiopía de dirigir la
Agricultura en la colaboración cubana en las ramas de Veterinaria, Pecuaria y
Recursos hidráulicos.
Lo
acompañaba Marta, una señora alta, mulata, muy carismática, quien tenía la
doble responsabilidad de ser la secretaria del jefe y también asumía el rol
oficial de ser su esposa, llevaban mas de 20 años de matrimonio y ahora en las
postrimerías de sus vidas, cumplían juntos el deber de una misión internacionalista.
Horacio,
un añejo dirigente de la Agricultura en Cuba, asumía esta responsabilidad por
decisión de las altas esferas del país, que veían en él un gran jefe, un
revolucionario cabal y un fiel seguidor de los principios de la Revolución
Cubana.
Realmente
nunca los engañó porque en los dos años siguiente en que pude conocerlo, supo poner bien en alto
las banderas del internacionalismo proletario.
Terminaron
los tramites aduanales de rigor y salí al exterior de
la
terminal aérea y a partir de ese momento, mis pulmones se llenaron de aire
etiope y comencé a respirar la cotidianidad de ADDIS ABEBA.
Esta
denominación de la capital etiope que significa en amárico (idioma nativo)
NUEVA FLOR es también la sede de la
Uniòn Africana y de su predecesora para la unidad africana. En esta ciudad
conviven personas de mas de 80 nacionalidades y lenguas, además de cristianos,
musulmanes y judíos.
La
ciudad está situada a los pies del monte ENTOTO, EN UNA MESETA ENTRE 2,300 Y
2,600 metros sobre el nivel del mar. Por cierto, uno de los primeros
inconvenientes que sufrí al intentar subir al tercer piso de un edificio por la
escalera, fue llegar casi sin respiración a mi destino y muy pálido, una de las
consecuencias de la altura. / Como me
acordé de, los deportistas cubanos,
cuando van a PASTEGÈ, Méjico para
adaptarse a las altitudes. Luego de varias semanas intentándolo, por fin pude caminar normalmente por las calles etíopes.
Addis
está considerada la capital mas elevada
de África y la tercera en el mundo, tenía razón con la falta de aire. En la
parte norte de la ciudad es donde se encuentra la mayor altura 3000 metros sobre el nivel del mar y en ese
lugar es donde se concentran las barriadas más pobres.
La
capital etiope fue elegida por la emperatriz Taytu Betul y fue fundada en 1887
por el rey Menelik II de la región Shoa. Dos años mas tarde se convirtió en lo
que es en la actualidad. La reina escogió este lugar debido a la existencia de
aguas termales, una especie de balneario donde la corte disfrutaba de baños que
servían para la relajación del personal ilustre.
La
avenida de Churchil es el centro económico y financiero del país, mientras que
el Mercato tiene la reputación de ser el mayor mercado de África. La ciudad es
la sede del gobierno, también de la comisión de las Naciones Unidas para África
y del Instituto Internacional de Investigación ganadera. Dispone además de una
Universidad y un Aeropuerto Internacional y de una estación principal de
ferrocarril, con las vías estrechas, construida por los franceses hasta el
pueblo de Harar y otra parte hasta Jibutì.
La
capital acomoda autobuses y taxis estos de color amarillo y mas del 80 % de
ellos son particulares, uno de los sindicatos mas fuertes en su estructura al
igual que el de las prostitutas, los cuales apoyaron al presidente
Mengistu Haile Mariam a llegar al poder,
el que mantuvo buenas relaciones con Cuba en el plano de las colaboraciones en
su gobierno de transición de un régimen militar y marxista a una democracia.
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