por Víctor Hugo Morales
Empezarán los buitres a inventar mentiras, mientras los hombres y mujeres honrados del mundo llorarán, me escribió mi amiga Paquita Armas Fonseca, periodista de la tevé cubana pocas horas después de la infausta noticia. Murió Fidel.
Murió quien ha sido el conductor siempre inspirado y valiente para sostener los valores de la revolución. Embelleció esa palabra y le dio un sentido como el que jamás había alcanzado. En cada cubano, hubo, hay y habrá un sentido de la dignidad que es inalcanzable para el resto de los latinoamericanos.
Fidel, para la generación que integró Cuba, será para siempre la prueba fehaciente de que los sueños juveniles de un mundo más justo eran posibles. La modesta aproximación de estos años, cuando el neoliberalismo cedió terreno ante el progresismo ahora tambaleante, está realizando el trámite de su nuevo y su doloroso exilio. Se diluye poco a poco la esperanza, aun si algunos países se resisten al tsunami de las corporaciones. Y en ese eclipse de la ilusión, es que renace la exaltación más fervorosa de los valores impulsados por Fidel. El abrupto cierre de época que registra el continente es la demostración de la grandeza de Cuba. Ante el adversario impiadoso que pone de rodillas a cada país de la región, Cuba vuelve a ser la demostración más palpable de que otro mundo es posible. Sin Cuba creeríamos que se trata de una simple utopía, irrealizable e ingenua, una idea literaria, un malabar de la poesía.
Pero, cuando todo parece perdido, queda Cuba. Siempre Cuba. Para que América no se resigne, no se entregue, no se doble. Para que los valores sustentados por Fidel y el Che sigan siendo los pilares de la resistencia. Por eso, cada uno de estos días tan especiales, de luto y de despedida, serán una demostración de la gratitud que sentimos por Fidel. El sentimiento partirá de cada rincón de la América Latina inconclusa para llegar a los bordes de la isla en cada caricia de las olas del Caribe.
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