por Katia Siberia
Pasarían 30 segundos después de Fidel. No sé. Fue un tiempo inerte. Solo bajé las manos, la cabeza y lloré como se lloran los muertos más íntimos, con el sollozo que te obliga a levantar los hombros cuando el llanto asfixia al aire y uno debe aspirar hondo pa' seguir viviendo. Solo ese instinto me movía.Paralizada estuve algún tiempo hasta que Gretel, siempre Gretel, hizo la pregunta de la abstracción: ¿mamita, ya se fue Fidel?
Fidel, con esa parte suya que viaja dentro del cofre de cedro, había pasado ante sus ojos a unos 60 kilómetros, quizás menos, estratégicamente nos ubicamos en una curva, en la rotonda de la ciudad de Ciego de Ávila que se enfila a Camagüey. Pero, aun así, resulta fugaz para una niña de cinco años que, segundos antes, había estado diciéndole un adiós infantil al helicóptero sin poder presagiar que ese “avión” sobrevolaba un aluvión de tristezas.
Porque si hasta ese minuto parecía imposible estrujarse más el alma, sepan (cubanos de Camagüey a Santiago) que hay un instante en el que te erizas y sientes que el corazón quiere irse del pecho. A mí se me fue al estómago. Las manos me temblaron. El video que debía acompañar estas líneas no sirvió, ya saben por qué; de hecho, hay un instante en el que solo se ven los pies al borde del camino porque no pude tener las manos levantadas. Soy, vergonzosamente, el anti-periodismo en momentos de tensión: Fidel frente a mí y yo desecha.
De las tantas veces que quise tenerlo delante esta fue, sin dudas, la antítesis de mi deseo reporteril: yo tan débil, él tan muerto.
Después de esos 30 segundos, quizás, Gretel, les decía, me obligó a una respuesta. Con pesar le dije: ya. Y como saben, mentí.
A los cinco años los símbolos son abstractos. Yo, por ejemplo, a esa edad decía amar a Fidel, pero en realidad no lo amaba, solo lo decía. Amaba a mis padres y era el fruto de lo que de ellos oía y veía. Después sí, lo quise por mí, sin ellos. Fue lindo descubrir el amor a una causa, a un líder, como doloroso fue tener puntos de conflictos con él. Amores al fin, el nuestro también tuvo sus “enojos”, aunque nada grave que no le perdonara a la vuelta de otra genialidad.
Por eso mi Gretel tardará en descubrir el engaño. En casa creerá que si digo Fidel será en pasado, el hombre “enterrado cerquita del Turquino que cuando sea grande voy a subir y dejarle flores primero”. Esa es la idea, expresada, más cabal que tiene hoy de Fidel: ponerle flores, venerarlo. Luego le diré por qué y sé que también lo amará. En serio. Para entonces entenderá que a las 2:02 minutos del 1ro. de diciembre de 2016 le di la respuesta más sencilla, sobre todo, porque no podía hablar.
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