Vilma Espín despertaba una admiración y respeto muy
especiales. Tal era su atractivo, su regia y a la vez sencilla personalidad en
la que sobresalía la hondura de pensamiento y proverbial manera de amar la
vida.
Fidel Castro, que la
conocía bien, escribió ante su muerte, el 18 de junio de 2007: “El ejemplo de
Vilma es hoy más necesario que nunca”, convocando a perpetuar la obra que legó la heroína a las nuevas
generaciones.
Fuente: Radio Habana Cuba
Cubana auténtica, fue una niña vivaz, joven que amó el arte
y lo irradió, tenía una linda voz, especial para el canto; una mujer hermosa,
elegante, parecía modelo, con una
dulzura y delicadeza en el trato cautivantes y un comportamiento ético que la
distinguía.
Parecía una virgen, dijo una anciana santiaguera en los días
de lucha clandestina, cuando la vio pasar como una flecha por el techo de su
casa huyendo de los guardias de la tiranía de Fulgencio Batista que la
perseguían, tras una acción junto a otros jóvenes revolucionarios.
Su exquisita sensibilidad para apreciar el arte lo inculcó a
la familia. Es fácil entender cómo en sus funerales en el Mausoleo a los Héroes
y Mártires del II Frente Oriental Frank País, se oyera en su voz las nanas con
que dormía a los hijos y la canción Sin ti, que dedicaba al amor de su vida:
Raúl Castro.Pero también esta ejemplar cubana anidó rebeldía desde la
adolescencia, interpretando la necesidad de cambiar el panorama de su amada
tierra.
En Santiago de Cuba donde ya había nacido una Mariana
Grajales de cuya estirpe se nutrió, llegó Vilma al mundo, el siete de abril de
1930. Ahora cuando se cumplen 85 años de su natalicio y su casa en San Jerónimo
No. 473 se convirtió en un memorial, el compromiso es mantenerla viva.
Su huella está en la
Universidad de Oriente, la misma que la viera desafiar al régimen en la época
de estudiante de Ingeniería Química Industrial; en las casas que ante el
peligro le dieron abrigo; en la ciudad del combate y de los sueños que la
eligió diputada al Parlamento y le entregó un especial cariño.
Perdura su impronta de aquel estreno del uniforme verde
olivo, el 30 de noviembre de 1956, en el levantamiento armado de Santiago de
Cuba bajo la guía de Frank País, estimulada por la osadía de los asaltantes al
Cuartel Moncada, entre ellos dos valerosas mujeres: Haydée y Melba.
Cuando estaba
muy perseguida -en 1957- y prefirió bautizarse como Deborah,
tuvo que pasar a la clandestinidad; para entonces integraba la Dirección Nacional del
Movimiento 26 de Julio. Poco antes de que Frank fuera asesinado -el 30 de julio de 1957-, la nombró coordinadora provincial del Movimiento en
Oriente.
A la guerrilla se
incorporó en junio de 1958; el II Frente
Oriental Frank País, bajo el mando del entonces Comandante Raúl Castro, fue el
escenario donde dio riendas sueltas a sus afanes libertarios hasta el final de
la guerra.
No es posible olvidar
su singular sonrisa, que la distinguió entre los combatientes en los días de la
Sierra Maestra, cuando ella y Celia
Sánchez eran las niñas lindas de la tropa y los rebeldes lo mismo les
regalaban flores, las protegían como a una hermana o acompañaban a riesgosas
misiones.
Esta excepcional
mujer ocupa un lugar destacadísimo en la historia de la Patria, a la cual se
consagró en cuerpo y alma desde la etapa prerrevolucionaria hasta el logro del
triunfo y en la Revolución en el poder.
Laboró con afán en el
proceso de integración de las organizaciones revolucionarias femeninas hasta fusionarse en una sola Federación de
Mujeres Cubanas, fundada por Fidel el 23 de agosto de 1960, y cuya presidencia ocupó
hasta su muerte.
Consideró un placer
inigualable conducir una de las obras
que la inmortalizará al paso de los
siglos, recuerda Nereyda Barceló
Fundora, una santiaguera que tuvo el honor de trabajar a su lado y beber de su savia.
Asumió, además, otras tareas que pusieron a prueba su
voluntad sin límites como, por ejemplo, la creación y presidencia del Instituto
de la Infancia, empeño en el cual hizo gala de su dedicación y ternura.
Una de sus más cercanas colaboradoras, Esther Torres
Copello, rememora su gran sensibilidad al profesar amor por las flores y
preferencia por el buganvil, resistente al sol y a la sequía, por lo cual
aconsejaba sembrarlo en cada espacio dado el contraste de sus colores con el
verde de la naturaleza.
Ostentó con orgullo y
sin vanidad, la Estrella que simboliza el Título Honorífico de Heroína de la
República de Cuba, y también el Premio Internacional Lenin otorgado, en 1979,
por sus aportes al fortalecimiento de la paz.
Como reconocimiento a
su probada militancia, méritos y lealtad, Vilma Espín fue fundadora del Partido
Comunista de Cuba e integró la selecta
lista del primer Comité Central, en 1965, asimismo fue miembro del Consejo de
Estado y promovida a los rangos más
altos como el Buró Político.Su entrañable amiga y compañera de lucha durante
toda la vida, Asela de los Santos,
señaló que las mujeres la identifican y la recordarán como una de sus
representantes más legítimas.
Sintió la
satisfacción de haber forjado -junto a
Raúl- una familia pródiga de amor, de cuatro hijos y ocho nietos, en la que
quiso perpetuar su experiencia
combativa, pues dos de sus hijas, Deborah y Mariela, llevan sus más conocidos
nombres de guerra.
Vivió años de
desafíos, propios de una Revolución, pero conservó esa dulzura, mezcla de
madre, compañera capaz de analizar con igual entereza los problemas que entorpecen el desarrollo de la
sociedad, y disfrutar sus avances.
A Vilma la
veneran por su fidelidad, especialmente
a Fidel, como intérprete ferviente y creativa de sus ideas; por los valiosos
servicios que prestó a la Patria y anidar los valores más auténticos de la
cubanía.
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